Los traumas son acontecimientos que ya han ocurrido, no importa que los recordemos o no, lo importante es que sufrimos por sus consecuencias.
Como decía Mary Hervey: «Los supervivientes de trauma tienen síntomas en vez de recuerdos«. Estos síntomas pueden ser: depresión, irritabilidad, interés reducido, entumecimiento, insomnio, agitación, pesadillas, flashbacks, sentimientos de inseguridad, culparse a uno mismo, fobias, ataques de ansiedad, abuso de sustancias, trastornos alimentarios, suicidio, autolesiones, trastornos disociativos, etc… y vergüenza.
El caso es que los síntomas nos ayudan a sobrevivir, ¿pero de qué manera?…
La vergüenza es una respuesta de supervivencia, tan crucial para la seguridad como la lucha, la huída y la congelación cuando la sumisión es la única opción.
Los bebes no sienten vergüenza, ésta surge un poco más adelante. Allan Schore, sugiere que la vergüenza se desarrolla en la infancia como un regulador neurobiológico («sistema de frenado») que sirve para ayudar a los niños a inhibir el comportamiento potencialmente peligroso. Desde la perspectiva evolutiva, la infancia es una época peligrosa, en la que los niños necesitan responder rápidamente a las señales inhibidoras por su propia seguridad.
«Cuando los padres «reparan» estas experiencias de vergüenza a través de la calma, abrazos y besos, aclaraciones y tranquilidad, la investigación sugiere que aumenta la resiliencia». Tronick
Pero en entornos inseguros, la vergüenza debe ser utilizada en exceso para regular a la baja las emociones (por ejemplo, la tristeza), las necesidades y cualquier otra conducta que sea inaceptable o insegura en el entorno (así por ejemplo, la vergúenza para instantáneamente las lágrimas). En condiciones de negligencia y/o abuso, se utiliza la vergúenza como forma de control, ya que se consigue (junto con el miedo) una obediencia instantánea.
«Cuando no se produce un proceso relacional de corrección, pueden desarrollarse variaciones patológicas en el sistema de apego… el niño está dividido entre la necesidad de sintonía emocional y el miedo al rechazo o al ridículo. Se forma un modelo de trabajo interno de relación en el que sus necesidades básicas son inherentemente vergonzosas«. Herman, 2007
En última instancia, los niños no tienen ningún control sobre los actos de los cuidadores: las experiencias de seguridad, autonomía o maestría son fomentadas por padres con sensibilidad que usan su control sabiamente. Cuando el cuidador es fuente de amenaza, en lugar de consuelo, los niños están excesivamente expuestos a experiencias que fomentan la vergüenza y el dudar de sí mismos. Sin «reparación», estas experiencias de vergüenza y culpa atroces llegan en algún momento a sentirse «ciertas» o «simplemente quien soy».
La vergüenza ayuda a impulsar la defensa aninal de sumisión: las respuestas de vergüenza nos hacen apartar la mirada, inclinar la cabeza y colapsar la columna vertebral. La sumisión o «muerte fingida» es la defensa de último recurso cuando estamos atrapados e indefensos. en un entorno en el que no es seguro luchar o huir, la vergüenza permite que el niño se vuelva precozmente obediente, sea «visto y no oído» y se preocupe por evitar «ser malo». Esta evitación de una conducta potencialmente peligrosa es adaptativa en entornos traumatogénicos.
¿Qué hubiera pasado si no hubiera aparecido?…
Así que la vergüenza nos salvó. No hubiéramos sobrevivido sin ella.
Es la heroína de la historia!