Hablar de la muerte a los niños y niñas

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 En el seno de la familia la muerte parece que no tiene lugar, ni siquiera para hablar de ella. Es demasiado fuerte, demasiado duro. Es evidente que existe discrepancia entre la importancia que tiene la muerte para el niño o niña y la dedicación y atención que se le otorga en el ámbito familiar y escolar. Los/as niños/as hablan de pérdidas y de muertes, matan de vez en cuando a sus juguetes y juegan a morirse para resucitar con oportuna diligencia.

Muchos investigadores han observado que los niños y niñas captan lo esencial de la muerte, pasando por una secuencia que consta de tres fases y que sintetiza los diversos modelos de psicología evolutiva de la idea de la muerte en los niños:

1ª fase: desconocimiento absoluto de la muerte.

2ª fase: descubrimiento real de la muerte del otro

3ª fase: descubrimiento de la propia muerte.

Si hacemos referencia a las edades, parece que antes de los 3 años no hay ninguna idea sobre la muerte, y a los 4 años su concepto es aún bastante limitado. Desde los 5 hasta los 9 años los niños captan la muerte como un acontecimiento definitivo que les sucede a los demás, pero no a ellos. No es hasta los 10 años y en adelante que la muerte ya se ve como un acontecimiento inevitable para todo el mundo.

Las reacciones emotivas del niño y de la niña ante la muerte de una persona amada son similares a las de la persona adulta, aunque se expresan de otra manera. Las más comunes son: tristeza por lo que ha pasado, rabia por haber sido abandonado/a, miedo a que le dejen solo/a, temor a que también pueda morir el progenitor superviviente y sentimiento de culpa por haber provocado la muerte. Hay tres preguntas que, verbalizadas o no, el niño y la niña se hace:

–       ¿He provocado yo la muerte?

–       ¿Me pasará también a mí?

–       ¿Quién cuidará de mí, ahora?

A la pregunta más habitual: ¿Dónde va una persona cuando ha muerto?, la mayoría de niños/as responden reproduciendo aquello que ven y sienten, «que los entierran, que la gente está triste, que van al cielo…», aunque algunos niños inventan nuevos lugares donde ir cuando morimos: «se queda viviendo en una estrella» y otros expresan sus vivencias personales: «estoy muy triste, ayer murió mi abuelo». En cualquier caso, la respuesta del cielo es un excelente referente. Puede ser un lugar tranquilo, donde hay paz, alegría, felicidad, o bien un estado (depende de la edad del niño/a) en que la persona ausente se siente feliz, no padece, sigue queriéndonos y nos protege. En cambio, es importante eludir la referencia a viaje cuando hablamos de la muerte. La persona que va de viaje acostumbra a volver siempre, aunque sea tarde, y la persona que ha muerto no volverá nunca. Las dos informaciones decisivas que más tarde o más temprano el niño o niña necesita saber son que la persona amada no volverá y que su cuerpo está ubicado en un lugar concreto o bien reducido a cenizas si ha sido incinerado.

Finalmente, es necesario tener en cuenta que los niños y niñas observan y captan nuestras actitudes, nuestra angustia, nuestra serenidad, nuestra tristeza, nuestra paciencia, en definitiva, nuestros valores. Es, pues, necesario, poder hablar sobre la muerte en el seno de la familia, de un modo transparente y abierto, sin tabúes ni miedos. El objetivo es despertar la necesidad de introducir en nuestro marco familiar una auténtica pedagogía de la vida y de la muerte.

Texto recopilado de www.solohijos.com

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Susi Gallardo

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