Es difícil imaginar que alguien pueda triunfar en nuestra sociedad si no posee cierto grado de autodisciplina, o la decisión de trabajar duro y el deseo de no cometer errores. Pero algunas personas son “demasiado perfectas” y los rasgos obsesivos de su personalidad son tan dominantes e inflexibles que estas virtudes les causan, en realidad, numerosos problemas.
Si existe una cualidad que caracteriza a la gente obsesiva es una necesidad poderosa e inconsciente de sentir que mantienen el control: de sí mismos, de los otros y de los acontecimientos de la vida. Una de las principales manifestaciones de esta necesidad es el perfeccionismo.
Existe una familia de rasgos de personalidad que se asienta sobre estas dos necesidades: tener el control y ser “perfecto”. Estos rasgos incluyen: miedo a cometer errores, miedo a tomar una decisión o a hacer una elección equivocada, tendencia a la obstinación y a discrepar de los demás, exagerada resistencia a ser presionado o controlado por otro, necesidad de estar por encima de toda crítica, …
La personas obsesivas piensan que el autocontrol es signo de madurez, así que tratan de controlar sus sentimientos al máximo, llegando a reprimir cualquier emoción fuerte (parecen insensibles). Desdeñan los sentimientos como una muestra de debilidad, desprecian a la gente emocional y admiran el intelecto y la razón.
En su permanente búsqueda de control sobre los demás, las personas obsesivas pueden adoptar diversas tácticas: exigir que las cosas se hagan como a ellos les gusta sin tener en cuenta como se sienten los otros, tratar de que la gente piense siempre bien de ellos (no dejar lugar a la crítica), establecer juegos de control sutilmente manipuladores para afirmar su poder sobre los demás de manera que se percibe cierto obstruccionismo o enfrentamiento de voluntades, en el que la persona obsesiva está decidida a demostrar su dominio (“yo soy el que manda aquí, quien decide sobre una relación, a donde iré y a qué hora”).
Las personas obsesivas tienden a mostrarse preocupadas, prudentes y atentas ante cualquier peligro o circunstancia como: enfermedades, accidentes, dificultades económicas, imprevistos, … En el caso de no poder evitar una desgracia suelen adoptar una actitud pesimista como autoprotección o bien creer que pueden controlar su destino siendo “buenas personas” (intentan ganar puntos acumulando un voluminoso currículum vitae de generosidad, sacrificio, laboriosidad, honestidad, lealtad, que podría rivalizar con el de un santo).
Los efectos más graves del perfeccionismo pueden apreciarse en las relaciones personales. Uno de los problemas surge de la necesidad del perfeccionista de tener razón siempre y a toda costa; admiten que cometen errores en términos abstractos pero tratan de negar sus errores específicos en cuestiones importantes aun cuando el error sea absolutamente innegable, actuando como si lo supiesen todo, justificando sus argumentos, poniéndose a la defensiva, insistiendo en que son los otros los que están equivocados (seguido de una larga disertación sobre el tema).
En su necesidad de estar por encima de toda crítica, estas personas llegan a tratar de convencer a la persona ofendida (y a las demás que perciben el conflicto), de que sus sentimientos son inadecuados o “erróneos”. De esta manera juzga y critica a la persona ofendida por sentir lo que siente (sentirse herida). De esta manera la persona obsesiva no se da cuenta del daño que causa al tratar de convertir una cuestión de sentimientos en una disputa tratando de actuar como si la mera lógica (manipulación) pudiera eliminar los sentimientos de dolor y de ira de un ser querido.
Finalmente añadir que la persona obsesiva intenta demostrar ante los demás que hace todo por la relación, que es quien más se esfuerza porque todo vaya bien…Y lo paradójico es que hay algunas personas se lo creen, causando todavía un mayor sufrimiento a la persona ofendida.
Recordar que la conducta agresiva consiste en no respetar los derechos, sentimientos e intereses de los demás adoptando una actitud “gano-pierdes”.
La asertividad impide que seamos manipulados por los demás en cualquier aspecto y es un factor decisivo en la conservación y el aumento de nuestra autoestima, además de valorar y respetar a los demás recíprocamente. Incluye defender los propios derechos: buscar la felicidad, intentar cambiar las cosas que no nos gustan, mostrar disconformidad por un trato injusto, ser tratado con respeto, tener nuestras propias opiniones y valores, elegir si queremos o no dar explicaciones, tomar decisiones ajenas a la lógica, etc.
Debemos reconocer nuestros derechos y defenderlos. Si no lo hacemos, otras personas definirán lo que somos y dejaremos de ser nosotros mismos.
Texto extraído del libro “ la Obsesión del Perfeccionismo” (Mallinger, De Wyze).